jueves, 28 de mayo de 2009

Flor de Punta Ancha

Flor de punta ancha.


Giliberto, fue un hombre, que en vida, nunca tuvo pensamientos malos. Tenía un vivero y la mayor parte de su vida la pasó, junto a ellas: las plantas. ¿Mujeres?, solo las que compraban plantas, ancianas: jubiladas, divorciadas, asesinas, locas, etc. Eso es muy poco para mi: Don Giliberto Sanito. Decía cada vez que sus ganas se veían al mando de sus decisiones, luego volvía a las plantas. Una extraña vida llevaba, extraña para muchos, pero para él funcionaba. Así fue hasta que una de esas tantas tardes aburridas en aquel vivero, vinieron dos mujeres, jóvenes, bellas y muy seductoras, a comprar una flor. Solo una. Una flor especial era lo que andaban buscando. Solo Giliberto Sanito tenia de esa especie. Una de las muchachas, parecía la más joven, tenía un pequeño, casi diminuto short de Jean, deslichado, quizás roto. Se podía observar, en lo poco que llevaba de tela aquella prenda, el camino de su ropa interior. Era un Jean especial, una tela muy fina, elastizada. Y lo que se descubría, como en una bella adivinanza, era tan solo comparable con un hilo dental, sin exagerar. Giliberto se dio cuenta de aquellos detalles, sonrojados sus cachetes, no lo impedía en nada seguir mirando. Las dos jóvenes venían de la mano, no eran hermanas, eran diferentes. Es más, una era rubia, la otra morocha. La más joven era la de cabellos dorados. La morocha tenía una pollera, la cual creaba una especie de espectáculo, de aquellos donde se pone una manta grande, una luz detrás y con manos o muñecos se hacían siluetas que cuentan historias para niños. En este caso la manta era la pollera de la señorita, la luz: el sol que entraba al local, los niños estaban representados dentro de los ojos de Giliberto, y las sombras eran creadas por las piernas de la morocha. El show era fascinante, y aunque no contaba con buen guión, Giliberto podría haberlo visto por un par de horas más, si no fuera por su inoportuna decencia. Abrazadas las dos mujeres comenzaron a hablar:
–¿Usted es el Sr. Giliberto?
–Ehhh… –Giliberto trago saliva, casi dos litros luego dijo Si… Yo soy Giliberto Sanito.
–Ay Gilibertito Sanito, que dulce apodo. –Dijeron las dos excitantes muchachas, aún sin soltarse.
– Sanito no es mi apodo, es mi apellido.
–¿No es bonito? – le pregunto la rubia a la morocha.
–¡Si! Es como para comerlo. –La rubia agarró a la amiga de la cintura.
–¿Qué… ¿Qué necesitan?
–Mmmm, si. Venimos a buscar una flor de Punta ancha. Nos dijeron que solo vos tenés de esas acá. –Giliberto nota que lo empiezan a tutear y se pone nervioso.
–¡No!... ¡Si! Si, tengo. ¿Cuantas quieren?
–Es que nosotros trabajamos en el canal 69. El que esta acá en la esquina. –El canal 69 era el canal más famoso de la provincia, porno como ninguno. Aunque Giliberto vivía en ese barrio hace 18 años era el único que no conocía aquel canal. –Nosotras somos actrices del Canal 69. Y estamos haciendo una película en este preciso instante. Nos mandaron a comprar una flor de punta ancha, porque en el guión hay una parte que nosotras agarramos la flor y la ponemos en nuestr…
–¡Ya les traigo la flor! –Interrumpió Giliberto y salió caminando rápidamente hacia el fondo del local.

Según los ideales de Giliberto ninguna de aquellas señoritas estaban a la altura de él. Por ninguna razón, recalco que según sus ideales, el tenía porque excitarse. Son mujeres fáciles. Muy rápidas para Giliberto Sanito. No podrán con migo. Hagan lo que hagan no caeré en sus trampas. Repetía incansables veces mientras buscaba el pedido. Una vez encontradas las flores Giliberto volvió con las flores de punta ancha en mano.

–Ya las encontré. ¿Cuántas llevan?
–Una sola, la compartimos. –Automáticamente Giliberto se pisó un pie con el otro.
–Disculpe –Dijo la morocha ¿Podemos ver si nos sirve?
–¿Có… Cómo?
–Sí. Necesitamos ver si nos sirve para la película. En la lista nos anotaron: Flor de punta ancha, a un costadito dice: si no encuentran compren un palo de escoba.
–Si. A mi el director me dijo que un desodorante de ambientes como ultima opción.
Las dos mujeres se murmuraban cosas al oído. Risas iban y venían por sus orejas. Giliberto no escuchaba mucho lo que murmuraban. Solo un ¿Te acordás cuando…? U otro Ese día estuvo bueno…Pero Giliberto no entendía nada. A si que aceptó en darles la rosa para que aprueben la compra.
La morocha agarró la flor, con sus manos, y dijo:
–¡Es el diámetro exacto!
–¡Siii! –Gritó la rubia. – A ver… practiquemos.
Las dos jóvenes se empezaron a sacar la poca y diminuta ropa en frente de los ojos del pobre Giliberto Sanito. Pasaron dos segundos de preparativa cuando comenzaron con la prueba. Al finalizar la rubia dijo:
–¡Lo llevamos!
Giliberto murió, con una sonrisa en su cara, sorprendentemente con los ojos abiertos y lengua afuera.

–¿Es usted San Pedro? –preguntó una vez en el cielo.
–Si Giliberto, ese soy yo.
–¿El que aparece en los cuentos?
–Efectivamente.
–¿El que abre la puerta al paraíso?
–Si.
–¿A usted lo vi en un scetch de Franccela?
–No, a mí no, pero a alguien que me representaba quizás.
–Mire, es usted famoso ¿sabía?
–Si hijo, porque estoy en la Biblia.
–¿En donde?
–En la Biblia.
–¿Es usted Giliberto verdad?
–Eso creo. –Giliberto miró su documento, el cual decía efectivamente su nombre Si, mire soy yo.
–Perfecto, lo estaban esperando para tener una cena.
–¿Teta?
–No, cena.
–Ahh.
–¿Por cierto, que es teta? – preguntó San Pedro.
–No se, pero es en lo único que estoy pensando ahora. ¿Es un síntoma normal recurrente de este lugar?
–No lo se. Quizás. Muchos se han vuelto locos al ver todo esto y han decidido volver. Este es el paraíso, pero siempre esta quien no lo nota.
–¿Cola?
–¡Nota! No lo nota, dije.
–Ahh… Disculpe. Vallamos a la teta. ¡Perdón!… Digo, cena.

Una vez en la cena. Estaban, Giliberto en una punta, Dios en la otra. Cupido tomando cerveza, Venus al lado, cuidando a cupido. Enfrentado a Venus y a cupido estaba Elvis y Georges Bataille, un viejito medio loquito, con ojos saltones anaranjados y manos movedizas. Por detrás de Dios había un cartel que decía Bienvenido Giliberto. Por otra pared había otro cartel, este decía: Te extrañaremos amigo. Elvis miraba a Venus. Venus, cuidando de Cupido que comía sin parar, no le respondía la mirada al pobre Elvis. Georges miraba su tenedor y podría jurar que tenía los ojos en blanco. Dios comía, tranquilo y pausadamente en un plato gigantesco, que parecía nunca acabar. Hasta que dijo unas palabras:

–Niño, niño, niño. –Dijo pensativo.
–Ya tengo 40 años. –aclaró Giliberto
–Pues yo te gano Gilibertito. –Le dijo el barbudo.
–¿Es verdad lo que dicen por aquí? –Le pregunto Elvis a Giliberto.
–¿Qué?
–Que tenés cuarenta y nunca estuviste con una muchachita…
–Pues… Bueno. Es que…–Giliberto no sabía que decir, se rascaba la cabeza pero se topaba con un aro amarillo.
–Dejalo tranquilo Elvis. Eso no es asunto tuyo. –Dijo Venus.
–Pues sabes que si es asunto mio. Como lo es tuyo, de Cupido y de papi. ¿No papi? –Pregunto Elvis mirando a Dios, casi en forma caprichosa.
–Dejen de pelearse. Giliberto, este es tu último día en este lugar.
–Pero, ¿cómo? ¿Por qué? Si recién llegué.
–Hijo. Lo que dice Elvis es cierto. ¿Qué te pasó muchacho? ¿Por qué nunca nada allí abajo? No te lo puse allí solo para orinar…–Dios soltó los cubiertos. Escuchando atentamente esperaba una respuesta.
–Es que nunca encontré a nadie que valga la pena…–Venus lo miraba con ojos de madre. Cupido comía y tomaba mucha cerveza.
–Vamos Gilibert, no habrás buscado bien. Siempre hay alguien. ¿Te acordás la panza que yo tenía allá abajo? Bueno, eso no era impedimento para mí. Siempre había una chichi que quería salir con el gran Elvis.
–Grande sobretodo. – dijo Venus sonriéndose.
–Si bueno pero yo solo quiero casarme.
–¿Acaso ves casado a mi hijo? – dijo Dios.
–Pues no.
–Claro que no. Eso ya no se usa. Vamos las parejas se hacen y desasen. Lo importante es lo que hagas con cada pareja. Luego que sea lo que Yo quiera.
–Pero, es que tengo miedo de lastimar los sentimientos de una mujer.
–Hermano te lo esta diciendo Dios. ¡Yo que vos le hago caso! –Dijo Elvis.
–Ahora ya estoy muerto. No se puede hacer nada.
–Claro que si. –dijo Venus para eso estamos reunidos en esta mesa. Cupido, nene hace lo tuyo.
Cupido sacó la mirada del plato. Tenía los ojos rojos de tanto tomar cerveza. Estaba en mal estado cupido, eso explica muchas cosas aquí en la tierra.
Elvis grito contento:
–Vamos Cupidito, hace lo tuyo.
Cupido sacó una flecha, su arco y apuntó a Giliberto Sanito. Giliberto miró a Dios, el comía pero le hizo una seña como si todo estuviera bien. Giliberto lo aceptó como que venía de un Dios, y se quedó quieto. El pequeño, hijo de Venus, disparó una vez, muy cerca de Giliberto pasó pero le pegó a una nube que pasaba por ahí. La segunda flecha le pegó a Georges que estaba con el tenedor en la mano. El tercer intento fue acertado. Le dio en el corazón a Giliberto. Luego Dios dejó de comer nuevamente, y se preparó para decir unas palabras. Mientras tanto Georges estaba abrazado con la nube del flechazo erróneo, algo misterioso dejaba notar que la nube estaba dada vuelta y Georges detrás, pero Giliberto ni nadie, salvo Elvis, le dio importancia.
Y Dios dijo:
–Giliberto, Sanito Giliberto, serás honrado frente a esta sala de autoridades en el tema. –Sacando a Georges, y Elvis, que se fue detrás de él. – Serás nombrado Giliberto, el santo del Sexo. Y vivirás en la Tierra, desde donde viniste. Serás inmortal y estarás junto a los humanos, infiltrándote en sus vidas. Tendrás poder total en el sexo, como así en las mujeres. Y podrás hacer de todo aquello que nunca quisiste por razones que ni Yo sé.
–O sea, ¿nada para mi será pecado? –Le preguntó Giliberto a Dios.
–En este caso haré una excepción. Hablando de sexo, y de mujeres bellas, nada será pecado para ti. –Dios tragó saliva.
Venus dijo: – Ahora vuelve y te doy un consejo ¿por qué no buscas empleo en el canal 69?
–Lo haré Venus. Muchas gracias a todos. Gracias Dios, ha sido un honor.
–No hay de que. Disfrutalo. De ahora en más eres un Dios también.
–Venus, gracias también por todo.
–De nada corazón. Cuidate. O mejor aún, que se cuiden ellas.
–¡Gracias Elvis, gracias Georges! ¡Hasta nunca!
Elvis y Georges estaban entretenidos jugando con la nube.

Giliberto, o mejor dicho, Giliberto el Dios del Sexo, se levantó del suelo en su vivero. Estaban las dos chicas, las que venían a comprar una Flor de palo ancho, y había una ambulancia en la calle y dos enfermeras y un doctor en el local. De una forma muy extraña Giliberto se deshizo del doctor, y quedándose con las dos actrices y las dos enfermeras, cerró el local y dijo con una botella en la mano:
–¡¡¡Flores de palo ancho para todas!!!

Desde arriba Dios y Venus lo observaban:
–¿Crees que fue buena idea? –preguntó Venus.
–La verdad no lo se. Pero si lo dejábamos acá en el estado en que estaba era indomable. Estaba más caliente que Cupido cuando mandamos a que case con alguien a Luciana Salazar. Ahora es problema de ellos.
–Amen diosito. –Dijo Venus mirándolo a Dios. Y Él dijo:
–Aparte, este joven me trae recuerdos.

Dios y Venus se fueron de aquel lugar donde observaban a Giliberto. Mientras Elvis y Georges manoseaban la nube. Cupido estaba tirado, casi cayéndose de cabeza en una turbina de un avión que pasaba por allí. Y Giliberto, el Dios del Sexo se divertía como nunca.

Fin

Sergio Sebastián Mallea
08/02/2009